El suelo, la gran víctima de los incendios forestales

Los incendios son parte de las comunidades vegetales y constituyen un fenómeno que se encuentra en pleno estudio, sobre todo en el caso de los suelos de origen volcánico, llamados suelos ándicos, como es el caso de la mayoría de los suelos de Chile.

La pérdida de suelo provocado por la erosión tras los incendios forestales es el daño ecológico más grave, sin duda. No se trata de negar las demás consecuencias del desastre. Es innegable la pérdida que provocan los incendios en los bosques, los cultivos, las propiedades o las personas, pero el suelo es la fuente de nutrientes de la vegetación y la fauna, es su soporte natural y es muy lento su proceso de recuperación. De tal manera que la destrucción o degradación de sus cualidades físicas, biológicas o químicas lo convierten en la gran víctima de los incendios forestales.

Una de las consecuencias es la erosión, que en los terrenos incendiados aparece fundamentalmente con las primeras lluvias, vale decir dos o tres meses después de la temporada de incendios. Después del paso del incendio la cobertura normal del suelo, que generalmente está compuesta por varios estratos de vegetación (árboles, matorrales, arbustos, pasto, etc) queda reducida literalmente a cenizas, que luego desaparecen con el viento y las primeras lluvias de otoño. Como consecuencia, aumenta considerablemente la escorrentía superficial de los suelos, duplicando los valores normales.

La impermeabilidad de la superficie del suelo se duplica debido a la pérdida de cubierta vegetal. El agua lava las partes elevadas de la topografía, laminándola, y a las zonas bajas o quebradas llega a gran velocidad, construyendo surcos de erosión a su paso. Esta erosión física, visible a la vista humana, es solo una de las consecuencias, lo más grave es la erosión química, por la pérdida de nutrientes y merma de la fertilidad del suelo.

Es cierto que tras los incendios la materia orgánica vegetal se mineraliza y pasa a enriquecer el suelo en forma de nutrientes, incrementando en varias veces la fertilidad inicial del suelo. Porque en los primeros momentos se produce un mayor aporte debido a la muerte de raíces y el menor consumo de la vegetación superviviente. Pero este fenómeno es muy pasajero. La mayor parte de los nutrientes incorporados se pierden en un muy corto plazo. La gran mayoría de los elementos nutritivos se pierden en la atmósfera debido a que la combustión los transforma en volátiles y otros se pierden disueltos en las aguas corrientes.

Por tanto, la pérdida de nutrientes es mayor cuanto más intenso sea el incendio.

Los incendios también alteran la actividad bacteriana y de los hongos, que son los responsables de procesos biológicos de suma importancia en el suelo. En el caso de las bacterias existe una esterilización inicial, por los efectos de la onda de calor y la desecación del suelo, solo más tarde, con la fertilidad y el incremento del pH (al disminuir los niveles de acidez) se favorece su recuperación. En el caso de los hongos no ocurre lo mismo y resultan afectados negativamente porque se adaptan mejor a los suelos ácidos y el aumento del pH después del incendio les perjudica enormemente. Las micorrizas son las que más resultan afectadas.

Por si esto fuera poco, la infiltración del agua de lluvia se ve impedida por la destrucción o deformación de la estructura superficial del suelo, porque producto del arrastre de cenizas y otras partículas finas se origina una compactación del suelo, lo que obstruye su porosidad, impidiendo la penetración del agua.

Esta falta de penetración de las aguas en el suelo y el arrastre producido por la impermeabilización del suelo al carecer de capa vegetal, tiene un elevado potencial erosivo. Además de ser aguas muy sedimentadas producto del arrastre de partículas y ceniza, lo que las hace muy contaminantes.

Por último, al morir muchos organismos por la acción del calor provoca una evidente disminución de la actividad biológica del suelo. Esto, naturalmente, puede afectar negativamente a los ciclos biogeoquímicos de numerosos elementos, los cuales dependen de la actividad biológica del suelo.

Sin embargo, no todo es negativo en lo que a incendios forestales se refiere.

Cuando los incendios se deben a causas naturales, algo que es cada menos frecuente, ayudan a mantener la salud del bosque gracias a la movilización de nutrientes y a la acción controladora que el fuego ejerce sobre las plagas. En el caso de los incendios de baja intensidad, estos contribuyen a mantener carbono en el suelo, impidiendo así su volatilización y pérdida en forma de gas carbónico.

En definitiva, los incendios son parte de las comunidades vegetales y constituyen un fenómeno que se encuentra en pleno estudio, sobre todo en el caso de los suelos de origen volcánico, llamados suelos ándicos, como es el caso de la mayoría de los suelos de Chile, ya que estos suelos se comportan de una manera muy singular respecto al calor y el fuego.

Fuente: BlueberriesChile.cl – BlueberriesConsulting.com

 

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